Hoy me apetece reflexionar un poco sobre lo que significa ser una exchange student. Y creo que la palabra que mejor lo define es ambigüedad. Todo tiene una doble cara en un año de intercambio.
Hace siete meses que dejé ese pequeño lugar al que llamaba hogar y parece que hayan pasado dos días,cuando al mismo tiempo tengo la impresión de que he vivido aquí toda mi vida. Cuando querría parar el tiempo y quedarme aquí para siempre pero siento también el deseo de acelerarlo y recuperar esos abrazos conocidos. El concepto de "hogar" se ha abierto ante mis ojos hasta límites que ni sospechaba que existiesen y me ha golpeado en la cara para obligarme a despertar. Porque sí, descubres que tu hogar no es un sitio. Tampoco es gente. No es a lo que has crecido acostumbrada. No es lo que conoces desde siempre. No es algo que puedas definir, ver o tocar, pero sin duda es algo que puedes sentir. Y no es nada de lo que he mencionado antes, pero a la vez es todo eso y más. El hogar es donde te quieren. El hogar es donde estás cómoda, arropada y sin miedo a nada. O con miedo, pero la seguridad de que todo estará bien. Tu hogar son los olores, los sabores, los colores y sonidos. Una ola inmensa que llega hacia ti y te empapa de sentimientos. Lo único que tengo claro es que hogar no hay sólo uno. Y que la frase "home is where the heart is" es la pura verdad, suene como suene. El problema es cuando vas volcando trocitos de corazón en distintos lugares, en distintas personas, en distintos recuerdos. Eso te expande, te hace crecer como nada más puede hacerlo, dejándote al mismo tiempo incompleta. Nunca vuelves a ser la misma persona, porque trocitos de ti quedan divididos en las experiencias. Es lo más difícil que debes hacer en tu vida, no sólo por el hecho de dejarlo todo varias veces, sino por darte cuenta de que jamás podrás pasar las fechas especiales con toda tu familia,porque ni siquiera estarán en el mismo continente, pero merece la pena.
Y vives tres etapas distintas de tu vida en menos de un año. No sólo eso, sino que las vives todas a la vez. Vives tu presente, como cualquier persona de tu edad. Vives el pasado y regresas sin miedo a la infancia. ¿Por qué? Estás en un lugar completamente distinto, con tradiciones diferentes y un millón de cosas que cualquiera ha vivido aquí siendo pequeño. Y, como tú no has podido disfrutar de eso en el tiempo correspondiente porque estabas viviendo tu propia infancia, la gente te hará pasar por esas experiencias sin importar la edad que tengas. Y es maravilloso. He sentido la ilusión de una niña de cinco años tantas veces en los últimos siete meses que pensar en ello podría generar una sonrisa que durase años. Pero también vives el futuro. Porque dejarlo todo atrás y empezar prácticamente de cero una vida por ti misma hace inevitable que crezcas. Y creces tanto con risas como con golpes. Aprendes a ser independiente, y a la vez a dejar el orgullo aparte y aprender a depender de otras personas en ciertos aspectos. Aprendes a manejar la que un día será tu vida. Pierdes el miedo a saltar, a estar sola, a soñar. Porque sabes que vas a conseguir lo que te propongas si luchas lo suficiente por ello. Es como echar un vistazo al futuro por una ventana. Más cerca de él de lo que nunca has estado, pero todavía con la mano en el pomo de la puerta esperando a que te toque entrar.
Es gracioso cuando llega el momento en que piensas "Cómo han cambiado todos..." y acabas dándote cuenta de que es más un "Cómo he cambiado yo." Porque hoy puedo admitir que no soy la misma Ainoa que se subió a un avión persiguiendo sueños hace ya siete meses, pero si vuelvo la vista atrás, no cambiaría por nada ni un sólo segundo.